Desde Chiang Mai es bastante largo el camino. 10 horas hasta Bangkok, llegada a las 4 am, hacer hora hasta las 6 de la tarde. Bus de 12 horas a un pueblo, espera de una hora, otro bus a Krabi, espera de media hora y mini van a Ao Nang. Después de dos noches viajando, un sol radiante nos estaba esperando en este lindo pueblo de la costa oeste recomendado por Mario, así que valió la pena.
Ao Nang se transformó en nuestra casa. Pasamos 5 noches en este pueblo rodeado de islas, lleno de tiendecitas, restaurantes de comida italiana, hindú y thai. Cuenta con un Mc donalds, Burger King y Starbucks, pero es tranquilo y nada masificado. Al final de la playa millones de monos se pasean entre la gente comiéndo plátanos o tomándose una Pepsi.
Aquí conocimos a Sheldon, un canadiense de 37 años que mintió sobre su edad pensando que no ibamos a hablarle si la sabíamos. Era su segunda vez en Tailandia. Había hecho el viaje que estamos haciendo nosotras 11 años atrás. Este tipo de «33» años, con la cabeza totalmente afeitada, pasó de ser un intenso que tocaba nuestra puerta a diario, a un gran amigo.
Las mujeres de los bares se despedían de besos y abrazos cuando nos ibamos, los que trabajaban en la disco se acercaban a saludarnos al día siguiente y los ladyboys nos invitaban a su espectáculo. La gente de este lugar es un agrado y la oferta bastante variada.
Conocimos también al Dai dú y a Henry, dos noruegos que nos invitaban a la piscina de su hotel con bastante insistencia. No sé si el hecho de dejarlos esperando un par de veces o que nos vieran con Sheldon en el bar, hizo que nos retiraran el saludo. Mejor así, a uno se le salían los mocos cada vez que se metía al mar.
Un día decidimos ir a Hong Island. Lo agendamos desde el hotel y nos pasaron a buscar al día siguiente. En el grupo había 6 españolas que habían organizado el viaje por internet sin conocerse. Gritando mucho y algo ordinarias se ganaron el odio de un par de personas en el barco. También había 3 chinos, cuyo líder debe haber pesado al rededor de quinientos kilos y tenía uñas en manos y pies largas y curvas como cuervos. Este se ganó el premio a la fineza tirando colillas de cigarro a un mar totalmente transparente y tranquilo mientras nos bañábamos. Una pareja de catalanes y otra pareja de suizos que no dejaban de sacarse fotos eróticas en la arena, mar o barco. No puedo describir a todo el grupo, porque éramos varios, pero sin duda nos metieron al barco más curioso que encontraron.
El paseo consistía en visitar 3 islas, hacer snorkel y almuerzo thai incluido. El almuerzo bastante malo y tener que moverse de un lugar a otro como rebaño le quita el encanto. Así que como recomendación, cómprense una máscara de buceo y vayan en taxi boat por su cuenta.
Al lado de Ao Nang está Railay beach. Una preciosa playa que merece una visita. Hay gente que se queda a dormir, pero el pueblo es bastante más tranquilo que Ao Nang y con menos lugares para alojar y comer. Está a 15 minutos en barco y cuesta 100 baht el pasaje. Caminando hasta el final, nos encontramos con otra playa llena de largos barcos de madera que venden comida. Verdaderas cocinas industriales hay dentro de estos coloridos botes donde varios woks y planchas calientes ofrecen desde panqueques de Nutella a Pad thai de camarones. Todo exquisito!
Este día estuvo increíble, la única pena fue que a mitad de tarde empezó una tormenta eléctrica que hizo que en dos minutos la playa quedara desierta. Eso impidió que conociéramos la cueva de la fertilidad, llena de «pinturas rupestres» de los órganos reproductores por las paredes. Se dice que las mujeres iban a pedir hijos y salud para ellos a este lugar.
Siempre he dicho que es fundamental saber algo antes de visitar un lugar. Anteriormente llegábamos repletas de información e historia. Ahora, llegó el punto de inflexión del viaje. Quedando menos de la mitad, sólo nos toca disfrutar. Donde sea que vayan, probar la comida local y cosas nuevas es clave. Cuando vean una fruta roja con pinchos verdes, como un mini erizo, paren un segundo y pruébenla, esta leechi fruit les va a encantar.
Por todos lados, en todas las ciudades, en la ropa o souvenirs, se lee «Same Same, but different». Esta frase que hace referencia a la expresión ‘same same’ que usan los tailandeses al vender algo o dar información, se ha transformado en marca. Millones de turistas llevan esta frase en el pecho, ya sea en una polera o tatuado en sus clavículas, para el que la vea sepa que él estuvo en Tailandia. A pesar de que Mario nos explicara, no entendíamos como algo así se había transformado en una especie de slogan publicitario y sello del país. Después de más de un mes por estos lados, creo que empezamos a entender. Pero eso se los cuento más adelante.
Y así pasamos los días en Ao Nang. Disfrutando, paseando, comiendo bien, conociendo gente y sintiéndonos locales, que es lo que nos gusta. Lo que no sabíamos era que de un minuto para otro tendríamos que dejar Tailandia.
Same same but different!