La gente de la India dice que ellos son más felices que los occidentales, porque al mirar hacia abajo y ver que siempre hay alguien más pobre y más desamparado, se dan cuenta de la suerte que tienen y valoran la vida siempre un poco más (aunque realmente no tengan nada que valorar) y que nosotros somos al revés. Que siempre estamos mirando al que tiene más (mejor auto, mejor casa, más viajes o mejor cuerpo) y que así es imposible ser feliz. No sé si así seremos todos, pero todos tenemos la suerte de poder mirar hacia abajo y darnos cuenta de lo afortunados que somos y tenemos que ser felices por eso.
Al aterrizar en este país lo primero que vemos por donde sea que miremos es basura. Basura en las calles, montones de basura en las veredas, cerros de basura en las esquinas, basura en las vías del tren, basura y olor a basura por todos lados. Dicen que la basura de algunos es el tesoro de otros y debe ser así porque hace unos días vi escarvando en la basura a una mujer vestida en un sari rojo, a una vaca sagrada y un perro callejero. Los tres codo con codo en busca de comida o de algún tesoro. Pero la India tiene mucho más que eso y hay que mirar más allá para encontrarlo. Al menos sabemos que los indios adoran su país y que están orgullosos de pertenecer a él. Por las calles todos se te acercan y te preguntan: where are you from? Te estiran la mano y dicen: first time in India? Y al decirles que sí, se les forma una sonrisa en la boca y preguntan: like it?? Y antes de responder ya estan moviendo la cabeza asintiendo y diciéndote lo maravilloso que es su país o su ciudad natal.
Cada día que pasa me gusta más, estoy más acostumbrada a sus olores y me siento más cómoda en este país. Aprendimos a distinguir la comida. Antes nos traían el menú y aunque estuvieramos dos horas leyendo y preguntando los distintos platos, nunca sabíamos que habíamos pedido. Ahora no sólo los diferenciamos y nos gustan, sino que aprendimos a cocinarlos. Olemos en los markets las distintas especias y los tés de sabores.
Ya sabemos cómo tratar a la gente y como librarnos de los vendedores que te persiguen. Aprendimos a regatear y negociar. A manejar por el otro lado de la calle. A taparnos la nariz cuando pasamos por urinales y no hacerlo cuando nos atiende alguien mascando ese líquido rojo con olor a anís.
Aprendimos a distinguir a un hindú de un musulmán y reconocer a Ganesh de Vishnú y Shiva. A oler los inciensos que queman en las calles y a respetar los lugares sagrados.
En fin, creo que un mes es suficiente para acostumbrarse a cualquier lugar, sobretodo a uno tan distinto como este.
Pero la falta de higiene y el agua no potable me hacen estar alerta siempre y a pesar de tratar de estarlo las 24 hrs, en algún momento tenía que caer. Me intoxiqué con algo y en estos lados cualquiera se pone hipocondriaco. Como no me vacuné de hepatitis, le digo a Francisco que tengo hepatitis, que si me pongo amarilla que me avise. Al rato me empieza a doler el cuerpo, la piel y las articulaciones y creo que puede ser malaria. Al poco rato descarto cualquier tipo de enfermedad y creo que tengo la lombriz solitaria. Pasan un par de días y mi familia está convencida de que tengo una bacteria que le dió a no se quién y si en 12 horas no se me pasa van a tomar medidas.. Yo sólo me rio, no sé qué medidas pretenden tomar desde Chile, pero agradezco la preocupación y la sinceridad al decirme que tengo una cara espantosa por skype. Tomaré medidas yo misma jajaja
La india es un conjunto de emociones, de olores y de sabores y realmente es imposible explicarlo con palabras. Seguramente el que venga o haya venido, tampoco va a experimentar lo que experimenté yo, porque cada uno la vive a su manera. Como todos saben, o se ama o se odia. A mitad del viaje y después de un mes aquí, puedo decir que soy de las que ama este lugar. A ver si sigo pensando lo mismo en un mes más… Espero que sí porque ya tengo varios lugares pendientes para un próximo viaje.
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