Tren del Rajasthan a Bombay

Creo que en este viaje he aprendido a ser la persona más confiada y desconfiada del mundo. He conocido tanta gente que en segundos se gana mi corazón, que creo que no es posible que exista maldad en la tierra. Gente bondadosa, amiga y con ganas de ayudar desinteresadamente. Gente que dejamos entrar en nuestra pieza sin pensar que podrían estar hurgando en nuestras cosas, gente a la que le prestamos plata sin dudar que la devolverán, aunque sepamos que no nos vamos a volver a ver en la vida.

Pero en la India todo es distinto. Esa imagen de el «país de las maravillas» me la quitaron en el momento que entregué mi papel de salida en la aduana de Tailandia. No sé si es la mirada de esta gente, las ojeras marcadas, la piel oscura o manos sucias. No sé si son los dientes ennegrecidos por el té y el tabaco que mascan, o sus caras cubiertas, escondidas tras velos y barbas. No sé que es, pero aquí se me hace más difícil confiar. El que te ayuda, luego te estira la mano pidiendo alguna rupia a cambio, todo el que te da una dirección o una respuesta, te obliga a pasar por su tienda a comprar algo, todos te dicen que ‘mirar es gratis’, pero al decirles que no quieres comprar, te presionan o te ponen mala cara. No hay persona que te atienda sin recordarte veinte veces que el servicio no está incluido en la cuenta. Personas en el baño esperando la propina… hasta las fotos te las cobran! Aquí es difícil tratar de entablar conversación con la gente, porque siento que todos buscan algo de ti.

Pero no puedo generalizar, me muerdo la lengua cada vez que digo TODOS.
Estamos en vísperas de año nuevo y por supuesto todo esta lleno y sobrevendido. Nosotros jurando que el año nuevo aquí no sería tan popular, nos relajamos. Resulta que no hay tren, avión o bus que nos lleve al sur.

S.P, nuestro querido chofer, nos ofreció unos pasajes en tren a muchos muchos euros. Nosotros a través de una agencia vimos que había tremendas listas de espera de más de cien personas. Él insistía, diciendo que si pagábamos más podríamos conseguir los asientos de emergencia, que son los que venden unas pocas horas antes de que salga el tren y que por supuesto, son más caros. Claramente, el que paga más se los lleva. «Dinero bajo la mesa» como decía él.

Era todo raro, pero no teníamos otra alternativa si queríamos llegar a Bombay a tiempo. S.P se fue diciendo que iba a conseguir algo y nos dejó solos recorriendo Agra.
Era de noche y S.P, siempre puntual no llegaba a nuestro encuentro. En su auto no sólo tenía nuestras mochilas con toda la ropa, si no que la tarjeta de Francisco, dólares, euros, ipods y documentos. Pasaba el rato y nada. Nosotros empezamos a armar la historia y se veía bastante negra. A él ya le habíamos pagado casi todo, sólo faltaba la propina y no teníamos más referencia de él que su apodo. Pero volviendo a lo anterior, la gente no es mala y con nuestra vida en sus manos, nunca tuvo ni una intención de salir corriendo. Todo lo contrario. S.P llegó con dos pasajes de tren para esa noche en la clase 3A/C (camarotes de 8 personas separados por cortinas) y con una sonrisa de oreja a oreja por haberlos conseguido a pesar de la demanda. Por supuesto que se ganó de inmediato nuestra confianza y una gran propina por el cariño y la buena onda durante tantos días de viaje.
Al despedirnos nos dimos un abrazo que con sus costumbres hindús va a tener que ir a bañarse en el Ganges para purificarse, pero es que era inevitable no despedirnos así de efusivos de una persona cuya risa contagia a un muerto.

La estación de trenes de Agra era un escándalo. Había que ir saltando cuerpos como un campo minado. Hombres, mujeres y niños durmiendo en el suelo, unos sobre otros, apoyados en papel de diario o lo que fuera para aislarse del frío. Torres de bolsas, maletas y cajas como si transportaran sus casas con ellos. Familias enteras comiendo chapati y untándolo en el mismo plato. Salas de espera que parecían centros de acogida separadas entre hombres y mujeres. Gente tapada de pies a cabeza con bolsas o frazadas y las prótesis de sus miembros amputados dando vueltas por ahí cerca. Un panorama no muy agradable a la vista, pero no tan impresionante después del tiempo que llevábamos en la India.

Nos dirigimos hacia nuestra plataforma. Anden número 5, 23:55 con destino a Mumbai. Se escucha el silbido del tren entrando a la estación y todos se levantan de sus posiciones y empiezan a correr paralelos al tren, saltando a sus puertas y agarrándose de las ventanas como monos. Es una lucha por quien llega primero, me imagino que los asientos en clases más bajas no son enumerados y para un viaje de 24 horas como el que nos espera es bueno tener asiento.
«Pobre gente», pensé yo mientras esperaba que el tren se detuviera, pero «pobre yo» debiera haber dicho, de haber sabido que en mi compartimiento se iba a ir un borracho al borde del desmayo, la vieja más vieja que he visto en mi vida y que S.P resultó no ser tan increíble como pensábamos. Un hombre pasó pidiendo los tickets y casi se nos cae la cara cuando nos dicen que sólo tenemos UN asiento. Me entró el pánico al pensar que nos bajarían en la siguiente estación, en la mitad de la india, a estas horas de la noche y con estas bajas temperaturas.

El tipo de los tickets no nos hizo mucho caso y averiguamos que la persona que tenía el camarote de abajo se subía al tren tipo 6 am, así que aprovechamos esas horas para dormir. Durante la noche paramos en mil lugares y mucha gente se subió y se bajó del tren, pero nadie reclamó el asiento.
El borracho, que dormía en el tercer piso del camarote se cayó al suelo y quedó tirado en medio del pasillo, la vieja tuvo problemas de baño y gritando logró que la llevaran y le hicieran la cama de nuevo… En fin, todo era una parodia.
Nosotros veíamos todo el espectáculo cada uno desde su cama, sabiendo que en cualquier minuto nos podían echar.
Cuando abrí un ojo en la mañana, ya no teníamos 6 compañeros, se multiplicaron! Hasta la vieja tenía metido un tipo en su cama. Descubrimos que es común eso, cada uno se sienta donde quiere, incluso a mi se me sentó al lado un hombre mientras Francisco iba al baño.
Los pasillos del tren eran como la vega. Vendedores de bebidas frías, panes, samosas, thalis y cosas no identificadas, paseaban de un lado a otro gritando constantemente durante todo el camino. Las familias de compartimientos vecinos escuchaban música a todo volumen, las niñas tocaban flauta y cada uno actuaba como si estuviera sólo en este mundo.

El viaje duró unas 26 horas. Llegamos a Bombay a las dos de la mañana sin destino, ni reserva, sólo noción de un barrio.

Ya les cuento mis percepciones cuando vea algo, sólo sé que hay ratones gordos y enormes que se cruzan por tus piernas sin vergüenza y que los taxistas te van a tratar de estafar siempre, así que es preferible evitarlos.

Good Night desde Mumbai!

Una respuesta a “Tren del Rajasthan a Bombay”

  1. […] y creo que es una excelente manera de mezclarse con los locales (Clic aquí para ver nuestro Viaje de 26 horas por la India ).  El trayecto de Kandy a Ella, parando por los dos destinos antes mencionados, son unas […]

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