Delhi: el caos

8 am y ya se escuchan bocinas desde la calle, movimiento, gritos y gente corriendo. Es viernes y un nuevo día empieza en esta loca ciudad. Me asomo por la ventana y tengo un edificio a medio construir al frente. Ardillas (o alguna especie de ratón más estilizado) corre por sus paredes, mientras cientos de palomas vuelan o caminan por las ventanas.
Miro hacia abajo y un sitio vació está a los pies del edificio. Mucha basura, sillas rotas, botellas son la decoración de este gran lugar. Un hombre de polera amarilla se pasea buscando algo entre los escombros y otro de azul se lava los dientes en cuclillas.


Detrás de ese edificio esta la calle donde cada día el mercado de Karol Bagh abre sus puertas al público. Algunas tiendas y vendedores ambulantes tratan de llamar la atención de alguno de los cientos de peatones que transitan esta calle mientras tratan de esquivar algún rickshaw o taxi.
La gente conversa tranquilamente y escupen un líquido rojo de algo que llevan masticando horas.

Al día siguiente, mi taxista me pasó a buscar para ir al aeropuerto. Llegamos muy temprano y me quedé hablando con él en el auto. Me dijo que la que fuma no se casa, que la gente joven está dejando cada vez más de lado las tradiciones, están usando mas ropa occidental y las mujeres destapándose más.

Cuando el avión aterrizó me dijo que fuera yo sola a buscar a mi ‘boyfriend’.

Me metí entre la masa. Mil choferes o taxistas se peleaban su metro cuadrado a codazos y hacían lo imposible porque su cartel quedara a la vista. Como soy el bicho raro, me abrieron paso y logré quedar en segunda fila, asomándome entre turbantes y barbas.
Después de una hora de espera, lo vi. Ahí estaba Spencer parado con su mochila en un carrito y un gorro a lo Bob Marley. Cruzamos miradas y corrimos a la entrada a saludarnos. Después de 5 meses y una semana sin vernos, sólo en la caminata de vuelta al taxi, sentíamos como si nos hubiéramos visto ayer. Todo seguía igual de bien que siempre.
Me habían dicho que las demostraciones de cariño en público o incluso caminar de la mano, son muy mal vistas en India, pero no es tan así como dicen.

Empezamos el turismo inmediatamente. Fuimos al memorial de Indira Gandhi, su casa transformada en un museo, con recortes de diario y la historia de lo que hizo, incluyendo el saari que usó el día que fue asesinada por un balazo. El museo estaba lleno de niños y niñas con uniforme de colegio de todas las edades. Los más chicos nos miraban con curiosidad. Algunos nos saludaban y nos sonreían. Otros nos miraban de reojo. Los más grandes nos pedían fotos que sacaban con el celular o la cámara. A cada paso que dábamos, se nos acercaba alguien para preguntarnos si podía sacarse una foto con nosotros. Cuando seguíamos caminando, nos sacaban fotos por la espalda. El museo se revolucionó con nuestra visita. Hasta los profesores cayeron en la tentación de irse con un recuerdo nuestro en sus celulares.
Le preguntamos a uno de ellos por qué lo hacían, nos respondió que por «excitment».

Al salir, decidimos caminar hasta el siguiente destino. No nos dimos cuenta que Delhi es gigante y que las distancias en el mapa se veían mucho mas cortas de lo que en realidad son. Sólo en Delhi viven más habitantes que en todo Chile.
Nos dirigíamos a Hadrad Nizam-ud-din Dargah a ver los cantos de qawwali. Un poco perdidos, le preguntamos a un tipo de túnica negra, barba y sin dientes. Que empezó a seguirnos para asegurarse que llegaramos al destino. Nos apuntó hacia un callejón, donde había mucho vago en el suelo, pobres y fogatas. Decidimos no arriesgarnos y seguir al siguiente destino.
Nos llamó la atención cómo de una cuadra a otra, pasamos del barrio residencial y pituco de Delhi, a la pobreza extrema. Niñas lavando oyas en la calle, gente durmiendo rodeada de moscas, y no se sabe si están vivos o muertos. Perros sin ojos y un fuerte olor a pipí y humo de cosas quemadas.

Continuamos hacia el mausoleo de Humayums, que nunca supimos quien fue.

En la tarde, almorzamos en Connaught place. Una gran plaza circular rodeada de anillos con tiendas como Nike, Adidas, Lee o Lewis.

Ojo con la comida porque aunque sea algo de lo más normal hay que pedirlo siempre NON SPICY, si no, es incomible.

En la noche fuimos al show de luces del Red Fort. Este show está en inglés todos los días del año, pero no vale la pena.

Al día siguiente recorrimos todo el Red Fort con audio guía. El lugar es increíble, una verdadera fortaleza de guerra con jardines llenos de niños y gente de lo mas variopinta. Recomiendo leerse algo de historia del lugar antes de ir y no pedir el audio guía a menos que sea la arquitectura o los detalles de las paredes lo que les interesa.

Paharganj es el barrio recomendado por el Lonely Planet para alojar. El main Bazar ubicado en este barrio es una calle llena de comercio por la que pasean motos, personas y vacas. Las vacas sagradas son las dueñas y señoras de las calles y carreteras, pero para ser tan sagradas nadie se preocupa por ellas. Comen basura y se van muriendo lentamente.

Vimos el India Gate desde el taxi, el mercado de las especias y nos tomamos un café por ahí.

El día terminó después de cerrar trato con Sapat. El chofer que nos llevaría durante dos semanas por el Rajasthan.

Una respuesta a “Delhi: el caos”

  1. […] las entrañas y pueden leer en alguno de mis 15 posts dedicados a este país empezando por: «Delhi, el caos», pasando por el Rajasthan, Bombay, Goa, Calcuta con La ciudad de la Alegría o algunas […]

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