Es en el auto cuando tengo tiempo para escribir o leer. La verdad es que para pasar tantas horas acá metidos, no nos aburrimos.
Como lectura recomiendo Holy Cow o White Tiger. Dos libros que hablan de la India desde distintos puntos de vista y que nos han ayudado a pasar tantas horas de viaje.
De vez en cuando damos algún salto, porque aunque la bocina ya no nos llame la atención, a los frenazos y adelantadas en curva todavía no logro acostumbrarme. Aquí manejan realmente mal. En este país todos los autos son blancos y la mayoría de los camiones son de colores. Es la ley de la selva: el peatón para por la bicicleta, la bicicleta por la moto, la moto por el rikshaw, el rikshaw por el auto, el auto por el camión y el camión por la vaca sagrada que está por todos lados.
Udaipur
Para continuar con el viaje sigo con Udaipur. Esta ciudad tiene uno de los palacios reales más grandes del país. Los jardines y torres del castillo están en la orilla de un lago, donde se puede dar un paseo en barco y ver la puesta de sol. En este pueblo vimos mucho más turismo y más hoteles de lujo. En la mitad del lago hay una isla con un palacio transformado en hotel, donde no puede entrar nadie que no se esté quedando ahí.
Todos los hoteles o restaurantes tienen roof top para ver las vistas y comer algo. Hay muchas tiendas y vendedores de pinturas miniaturas, típicas de la zona.
Hay un cerro al que se llega en teleférico desde donde se ve toda la ciudad y la puesta de sol.
Aquí pasamos la noche de Navidad. La primera navidad sin mi familia en toda mi vida. No me sentía en época navideña, ni un pino, ni un adorno, ni nada que me recordara a eso, pero a pesar de eso reservamos en un restaurant para celebrar.
Cruzamos al otro lado del río, una zona mucho más tranquila, más limpia y con hoteles de mejor calidad. El restaurant estaba en la orilla del río, tenía mesitas bajas, cojines, buena comida y pipas de agua. Fue una navidad distinta, lejos de nuestra gente y lejos de nuestras costumbres, pero a pesar de la distancia, el cariño de todo el mundo se siente y saben que los tenemos muy presentes en nuestros días, sobretodo en estas fechas.
Pushkar
La siguiente parada fue Pushkar, un pueblo chiquitito cuya vida también gira en torno a un lago. Esta es la ciudad sagrada para los hindúes. Deben visitarla al menos una vez en la vida, no hay nada que venga de los animales (ni huevos) y por supuesto no hay alcohol. Comimos en el techo del restaurant Rainbow. Es barato, los platos son grandes y tienen algunos «happy» dishes para el que quiera. Hay mucho hippie dando vueltas, todos con rastas y olor a marihuana en cada esquina. El lago está rodeado por un bazar donde venden cojines, sedas, pulseras y libros de todo tipo, incluso uno que dice que Jesús vivió en la India («sepa la verdad antes y después de la crucifixión»). En esta ciudad está uno de los pocos templos de Brahma en el mundo, pero no tiene ni un brillo.
Jaipur
Al día siguiente seguimos a Jaipur, la capital del Rajasthan. A nosotros esto fue lo que menos nos gustó. Pero en sus alrededores está el fuerte de Amber, que a pesar de tener elefantes subiendo turistas en la entrada, es muy bonito. En Jaipur hay además un museo, el city palace y montones de bazares dentro de la ciudad vieja que no valen la pena.
El templo de los monos que queda a las afueras de la ciudad. Este templo tiene cientos de monos que se acercan a ti en busca de comida. Nosotros compramos maní y lo fuimos repartiendo como Hansel y Gretel. Las mujeres vienen a este templo a lavar la ropa y las menos pudorosas a bañarse. Es curioso verlas tapadas de pies a cabeza en las calles y en topless dentro de un lugar tan público.
Agra: Taj Mahal
Nuestro último destino es Agra, para terminar la travesía con el Taj Mahal. El que dijo que este monumento era el más bonito del mundo, no mentía. Los que dicen que se les caen las lagrimas cuando lo ven, tampoco. Y que ya no sea una de las siete maravillas del mundo, no lo entiendo. El Taj Mahal es mil millones de veces más increíble en vivo y en directo que en todas las fotos e imágenes que podamos ver en nuestras vidas.
Llegamos a las 7 am, para verlo con ‘dos luces distintas’ como nos habían recomendado, pero lo único que vimos hasta las 11 de la mañana, fue la punta de nuestra nariz. Una neblina blanca y densa cubría los jardines y el mausoleo, pero mientras montones de turistas se iban decepcionados por no tener la «típica foto con el Taj Mahal de fondo», nosotros nos armamos de paciencia, nos abrigamos bien y nos dedicamos a hacer hora. Valió la pena. Ordas de personas entraban en manada a la vez que el cielo se iba despejando y dejando un día maravilloso. El Taj siempre esta lleno y siempre va a estarlo porque así como a nosotros nos cuesta la entrada 7500 rupias (~15 dólares), a los locales les cuesta 20 rupias (menos de un dólar). Esta es la realidad de la india, en todos lados y en lo que sea, ser FOREIGNER cuesta 10 veces más.
Ojo que el Taj está cerrado los viernes y hay entradas especiales las noches de luna llena.
Después nos dirigimos al fuerte de Agra. Un fuerte bonito, pero más de lo mismo que llevamos viendo estas dos semanas. Nos sentamos en una esquina y nos dedicamos a analizar a la gente que pasaba. Con una complicidad única, matamos la tarde riéndonos de las modas, las pintas y el actuar de esta gente. Cada día que pasa creo que me gustan más. Al menos ya no los veo tan horribles como el primer día.
Para terminar el día, sunset en un techo del Taj Ganj con el Taj Mahal de fondo. La guinda de la torta para terminar dos semanas inolvidables. Dos semanas de reencuentros, de cultura, de animales y de sabores nuevos. Dos semanas de muchas que vienen por delante.