Koh Phi Phi & Leo di Caprio’s beach

Aterrizamos en Phuket tipo 10 am. Después unos 45 minutos de taxi hasta el puerto y una espera de dos horas para subirnos al ferry, que duró unas tres horas.
Llegamos a Phi Phi y encontramos hostal en el momento porque cientos de personas se tiran encima tuyo ofreciéndote hospedaje.
Nos quedamos en el Golden Hill, al lado del mirador de la isla y un poco más alejado del ruido de la noche (aunque todo está al lado).

Phi phi es una isla con muchísimo turismo. Era viernes y la isla estaba colapsada. Mucho gringo medio en pelotas repartiendo publicidad de su bar, promociones de 2×1 en cervezas, gente bailando por las calles con buckets en las manos etc. Es sólo gente joven. Muchos lugares de tatuajes y pearcing que cada noche se llenan de turistas un poco borrachos y que seguro más de alguno se lleva una sorpresa al día siguiente.
Hay muchos lugares para ir a comer, tomar algo en la calle, jugos naturales por todos lados y kioskos tipo bares con frases como: «El alcohol no va a solucionar tus problemas, pero tampoco lo harán el agua o la leche».
Pero donde verdaderamente está la vida nocturna en esta isla, es en la playa. A las 6 de la tarde sacan todas las sillas y quitasoles para dar lugar a la infraestructura que estará repleta de gente en un par de horas. Luces de colores, lásers y bolas de discoteque por todos lados. Millones de barras una al lado de la otra con música al máximo volumen, peras y cojines para sentarse en la arena a tomar algo y ver como en la tarima bailan un par de mujeres o al centro personas hacen trucos y bailes con fuego, donde incluso, los más intrépidos se atreven a saltar una cuerdo ardiendo. Se ve de todo en estas fiestas y son de lo más entretenidas. Pero como en toda fiesta, la peor parte es ordenar y aquí no son muy fanáticos de eso. Al día siguiente la playa y el mar están llenos de botellas de cervezas flotando cuyo único mensaje en su interior es el buen recuerdo de anoche. La visión, es playa llena de basura y de personas pasando la caña, por eso, nosotras caminamos hasta el final y encontramos un spot donde el mar era limpio, la arena impecable, un pub nos ofrecía bebidas, comida y música tranquila de fondo. Todo fue perfecto, excepto el almuerzo, cuyo chef sabía tanto de cocina como de inglés (ojo al menú).

Phi phi no es sólo la isla de la fiesta, si no que también la puerta a un montón de islas para visitar, hacer snorkel o buceo. Tenemos Bamboo island, Monkey island y la principal de ellas, Maya Beach, famosa por ser escenario en la película «la playa» de Leonardo di Caprio.

Después de nuestro último paseo en grupo, nuestra reciente fobia a los chinos y la advertencia de millones de personas, decidimos no ir a Maya beach en tour. Estos barcos repletos de turistas con flotador, la hija, la amiga y la abuela, el picnic y las quinientas cámaras de fotos, hacen que el atractivo de la playa se pierda y sacar una foto decente se transforme en una lucha. Podíamos ir a primera hora del día casi al amanecer, como nos había recomendado Mario, pero decidimos ir al final del día, cosa que no nos lo había dicho nadie. A lo mejor cometíamos un error y ya no quedaba luz, pero mejor eso que ser ganado de gente.

El tour cuesta 250 baht, arrendar un barco para nosotras solas con chofer 1000 baht. Al decir barco me refiero a un bote de madera decorado con pintorescas cintas de colores por todos lados. Así que, tras negociar un rato, a las 4 pm emprendimos el camino a Maya Beach.
Cuando llegamos, después de 30 minutos por altamar, los últimos barcos repletos de gente empezaban a irse. Sólo había un par de personas en toda la isla. Teníamos la playa entera sólo para nosotras dos. Exploramos la selva y sacamos mil fotos de una playa, que a pesar de estar muy explotada y sucia por los turistas, es un mini paraíso en la mitad de la nada. Cuando salimos de entre las plantas, nuestro chofer nos estaba buscando un poco angustiado. El sol se estaba empezando a ir. Eran las 6:00 de la tarde y ya era hora de irse.

Maya Beach para nosotras solas
Llegando a Phi Phi de noche


Desde el bote, veíamos alejarse la isla. Ibamos sentadas escuchando sólo el ruido del motor, el chocar de las olas contra la madera y viendo a nuestra izquierda un cielo completamente naranjo, rojo y rosado, como si hubiera fuego más allá. Con una paz inexplicable la jose me dice: «Nadie se imagina donde estamos ahora». Mi mente se teletransportó a Chile. Eran las 8 de la mañana de un día domingo. Seguro nuestras familias y amigos duermen, toman desayuno o leen el diario desde la cama, pero seguro que nadie se imagina dónde estamos, de eso estoy segura… Cuando volví en mi ya casi no había luz, el mar nos estaba mojando enteras y unos rayos empezaron a verse en el cielo como si los dioses del olimpo se hubieran enojado por algo. El chofer se notaba preocupado, había rocas en el camino que ahora era imposible ver. Para evitar que otro barco nos chocara sacó un encendedor del bolsillo y prendía y apagaba la llama como si esa imperceptible luz nos fuera a salvar la vida. Finalmente entre aplausos y halagos, nos bajamos del barco a unos doscientos metros de la costa, la marea había bajado muchísimo y a lo lejos ya veíamos las luces y el fuego de las fiestas. El mar es traicionero a veces, pero estas personas lo conocen bien. Hablando de eso, de la aventura que habíamos pasado, del increíble día, del tsunami que hubo en estas mismas playas hace unos años y de la sonrisa que tiene la gente siempre, volvimos muy contentad caminando a nuestro hostal.

Conocimos a un par de chilenas y a su vez, ellas a un chileno, por lo que como amigos de toda la vida fuimos a comer juntos al Cosmic, restaurant muy recomendado. Con lo chico que es el mundo y como Santiago es un pañuelo, resultó que uno era primo de la Jesús Ureta, otra de un amigo del colegio y entre todos teníamos varios amigos en común. Entre risas, cervezas y buckets pasamos la noche todos juntos, como una pequeña comunidad de 5 chilenos en Phi phi.

Otro día fuimos a Monkey beach, está realmente al lado de Phi phi bay asi que si pueden hacerlo en kayak MUCHO MEJOR! Esta playa está llena de monos que se pasean entre la gente en busca de comida o alguna cámara de fotos (cuidado con sus pertenencias).

Pueden ir a Tonsai, otra playa de la isla, e incluso dormir ahí, a Bamboo island, que no fuimos y al view point o mirador de la isla a ver la puesta de sol.

Y así pasaron los días y noches, conociendo gente cada día. Conocimos más chilenos y una Noruega que se enamoró de mi y se paseaba en ropa interior por la fiesta llamada Kiara. Nos encantó esta isla, su vida, su onda, su ambiente. Ojalá volvamos!
Y como lei en un baño de algún bar, mientras hacía equilibrio para no tocarlo:
«Everybody dies, but not everybody lives», asique VIVAN!

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