La ciudad de la alegría, Calcuta

«Si hoy es su último día por favor pasen al centro», grita una de las Sisters en inglés y luego en español con acento mexicano.

Último día en Daya Dan. La despedida.

Se formó un círculo con todos los voluntarios alrededor nuestro. Muchas caras conocidas, caras amigas, caras desconocidas y caras que no volveríamos a ver, nos cantaban con mucho entusiasmo al ritmo de las palmas, una canción que dice: «We thank you, we’ll miss you, we love you». Mientras escucho a mis compañeros cantar, pienso en lo rápido que pasó el tiempo, los años que llevaba soñando con estar en este lugar y cómo sin darme cuenta ya terminó. Llegó mi último día de voluntariado en Calcuta con las hermanas de la caridad de la Madre Teresa.

Domingo de voluntariado en Nabo Jibon – El team

Miro hacia atrás y fue practicamente ayer cuando Francisco y yo entramos un poco perdidos a ese mismo lugar. Al llegar a Calcuta fuimos directamente a la «Mother’s House» a inscribirnos. Era tarde, pero todavía estaba abierto el registro y seguían en el lugar varios voluntarios. Una voluntaria rubia nos contó un poco de qué se trataba, nos dio instrucciones y nos explicó las diferencias entre un hogar y otro. Acto seguido, nos sentamos con una de las Sisters que hablaba español y después de inscribirnos, nos dio nuestro pase y una medallita de la virgen, seguido de un «Que Dios los acompañe».

Y así empezó todo. La rutina era cada día la misma, pero cada día era distinto al anterior.

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La alarma sonaba a las 5:40, ducha los días que había agua en el hostal y caminar unos 15 minutos hacia la Mother House.
El camino pasó de ser terrorífico los primeros días, a un paseo agradable los últimos. Consistía en una calle llena de vida a esas horas de la mañana. Los hombres enjabonándose en la mitad de la calle y aprovechando el agua que sale de la alcantarilla, algunos lavándose los dientes con el dedo y otros restregando la ropa contra el cemento. Los niños saliendo al colegio, los vendedores friendo comida en aceite negro y viejo. Los carniceros degollando vacas a sangre fría o alimentando cabras para filetearlas más adelante. El vendedor de pollos avanza en su bicicleta con unas 20 gallinas vivas amarradas de las patas que no dejan de cacarear. Y los taxis, rickshaws y hombres caballo, se tratan de abrir paso a través de gritos o bocinazos. Los «hombres caballos» es una forma despectiva de referirse a los hombres que a pie y sin zapatos, recorren las calles de la ciudad tirando una carreta llevando familias enteras a su destino a cambio de unas pocas rupias.
Es la pobreza máxima lo que se ve por todos lados, se respira miseria, pero se escucha alegría. Siempre alguno de los que ya nos reconoce deja un segundo sus labores para gritar un «Good morning» y a pesar de la basura que hay por todos lados, los niños no dejan de correr con los pies sucios y la ropa rota.

A las 7 llegamos a la sala de voluntarios donde nos ofrecen un desayuno a base de plátano, pan de molde y chai. Los más motivados llegan a las 6 am para ir a misa con las monjas.
Después de una oración, un par de avisos y despedir a los que se van, con esa canción que al principio me parecía bastante ridícula, cada grupo de voluntarios se dirige a su respectivo centro. Los voluntarios son de todas las edades, sexos y razas. Algunos van por un día, otros por largas temporadas y otros vuelven todos los años.
Para ir a Daya Dan, nuestro centro, hay que irse en bus unos 20 minutos y después en tuc tuc unos 10 minutos más.
Daya Dan es un micro mundo de alegría, aislado de las ruidosas calles de Calcuta.
Es un edificio de varios pisos. En el primero están los niños discapacitados más grandes y el dispensario, donde dos veces a la semana se curan heridas con los peores aspectos que he visto en mi vida. Aquí trabaja Luis, un voluntario de Madrid que al preguntarle qué hacía, me respondió entre risas: «en mi país soy abogado, aquí soy médico», y es que aquí cada uno es lo que quiere ser.

Arriba estábamos nosotros. Aquí viven unos 40 niños discapacitados totalmente perdidos en el espacio. A veces me quedaba mirando a alguno y me preguntaba qué mierda estará pasando por esa cabecita en esos momentos… Muy pocos caminan y los que lo hacen es con la vista perdida y sin rumbo, los demás están en sus sillas, con sus tics, sus movimientos, la baba colgando y sus posiciones totalmente hiperlaxas por culpa de la deformidad.

Hay una frase escrita en una de las paredes que dice que ‘la belleza existe incluso en la deformidad’ y yo estoy totalmente de acuerdo.
El trabajo es simple, sólo depende de cada uno cómo hacerlo. En cada centro trabajan mujeres indias denominadas «massis», las voluntarias somos «aunties» y los voluntarios «uncles».
Cada mañana sacamos a los niños de sus cunas, los sentamos en su silla respectiva y los llevamos a la sala de fisioterapia donde cantan y se entretienen un rato. Todos los días les cambiamos las sábanas y se lavan los colchones. Se barren los suelos, se limpian las paredes, escaleras, cocina y baños. Algunos lavan la ropa sucia y otros doblan la ropa seca. Es fundamental que los niños crezcan en un entorno limpio. Mientras algunos limpian, otros hacen ejercicios con los niños para que muevan sus articulaciones y traten de caminar. Los fisioterapeutas que van algunos días nos dicen que es practicamente imposible que alguno de ellos llegue a hacerlo algún día, pero no perdemos las esperanzas.

Cuando llega la hora del almuerzo la mayoría de los niños son trasladados en sus sillas a la cocina, se les ponen sábanas, toallas y baberos al rededor del cuello, y cruzamos los dedos para que nos toque alguno de los que comen bien. Finalmente se les limpia la cara y manos, cambio de pañal y a la cuna nuevamente para que duerman su siesta.
Es un trabajo simple, se puede ayudar a las massis con los niños o con el aseo, pero conocer a cada uno por su nombre, saber como hay que darle de comer, que las massis confíen en ti y que te den más libertad, es lo más gratificante del día, porque tanto ellas, como los niños lo agradecen.
Después de la jornada, metro a Sudder Street, la calle donde duermen todos los voluntarios. Tiene un par de lugares para almorzar donde siempre se juntan todos y a cualquier hora del día encontramos a alguien. Nos hicimos un grupo de personas increíble formado por argentinos, españoles y chilenos. Gente que no olvidaré jamás.

En las tardes retomamos actividades y cada uno vuelve a dirigirse a su centro. A las 2:30 partíamos a Kalighat, el primer centro fundado por la Madre Teresa. Kalighat es un edificio blanco, ubicado en otro barrio de Calcuta muy pobre. Hace años era un templo hindú dedicado a la diosa Kali que estaba medio abandonado. La Madre Teresa, sin saber dónde llevar a tanto enfermo que recogía por las calles, decidió meterlos aquí, cosa que indignó a la comunidad hindú. Después de muchas amenazas y revueltas, una de las figuras importantes del hinduísmo entro al templo a echar a la monja. Al ver lo que estaba haciendo en su interior, se le cayeron un par de lagrimas y dijo a todos aquellos que querían echarla, que lo haría cuando encontraran un mejor uso para ese templo, y que en ese caso tendrían que mandar a sus mujeres e hijas a cuidar a los enfermos que ahí había. Claramente nadie encontró un mejor uso para el templo, porque Kalighat sigue siendo un lugar para los enfermos y moribundos.
El edificio está separado entre hombres y mujeres. Unas 50 camas en cada lado puestas en filas son el hogar de viejitas de todo tipo. Con cáncer, tuberculosis o enfermedades que no pude identificar. Algunas te hablan en hindi sin esperar respuesta, sólo una oreja que las escuche, otras te dan la mano, te piden masajes, compañía o que las lleven al baño. A algunas hay que darles de comer con cuchara, con la mano o a través de una sonda. Aunque estén muy enfermas se emocionan con que les pinten las uñas o les regalen un dulce. Parecen niños. Niñas que te sonríen sin dientes cuando te ven entrar por la puerta.

Daya Dan y Kalighat, son muy distintos, pero a la vez se parecen mucho. En uno niños y en el otro viejos. En uno discapacitados y en el otro mentalmente sanos. En los dos, gente que necesita ayuda.
Además de estos dos centros hay muchos más: de mujeres violadas o maltratadas, de niños en proceso de adopción, leproserías, entre otros.

Los domingos los voluntarios se van a sorteo para ver quiénes son los afortunados que van a Nabo Jibon. Esta actividad es lo mejor de la semana. Un colegio abre sus puertas para recibir niños de las calles que van felices a ducharse y a comer un plato de comida.
Todos los voluntarios estamos con los pantalones y mangas remengadas, pelo amarrado y listos para enfrentarse a cientos de enanos que corren hacia nosotros. Una avalancha de niños se nos cuelgan del cuello, nos persiguen o hacen lo posible para que juguemos con ellos.
Nosotros con manguera en mano, jabón, agua congelada y miles de niños llenos de piojos empujándose, tratamos de que hagan fila para entrar. En mi vida había visto enanos tan felices tirándose agua congelada con un balde en la cabeza a pesar de estar tiritando y no tener ropa suficiente para abrigarse después. Cuando ya están todos duchados y vestidos, se sientan en el suelo con un plato, mientras nosotros pasamos repartiendo arroz y curry. Se me partía el alma cada vez que me miraban con cara suplicante y me decían: «auntie, two please», para que les diera dos cucharadas en vez de una…

Qué rápido pasó todo esto y cuantas cosas aprendí. Era mi último día, así que corrí a buscar mi regalo para llevármelo de recuerdo y un permiso para poder sacar fotos en el hogar (que sólo se lo dan a los voluntarios que estuvieron más de dos semanas y que es su último día).

Mi rutina fue la misma de siempre, pero antes de irnos de Daya Dan las massis nos sentaron en unas sillas y no cantaron canciones pidiéndonos que volviéramos el próximo año. Francisco repartió un par de besos a sus massis favoritas y revolucionó el hogar, hasta a la monja a cargo casi se le cae el velo del ataque de risa. Ojalá en alguna de esas cabecitas hayamos aportado algo.
En Kalighat no fui capaz de decir que era mi last day, las viejitas se despedían de mi tirándome besos y moviendo la mano con el clásico «see you tomorrow» y yo pensaba, ojalá que sea «see you again», ojalá…

El voluntariado está hecho para todos, es una experiencia mágica, única. Una amiga argentina me dijo que esto tiene algo que te atrapa. No sé que será, pero mientras más días estamos, menos son las ganas de irnos que tenemos.

Almuerzo de domingo

7 respuestas a “La ciudad de la alegría, Calcuta”

  1. SIMPLEMENTE ESPECTACULAR. GRACIAS POR COMPARTIRLO!

  2. Buenos dias! Estaba buscando en internet voluntariados en calcuta y he acabado en tu blog. Me ha encantado leerlo todo, es increible.
    Me gustaria preguntarte varias cosas, si no es molestia. Me llamo Emma y soy de Sevilla. Estoy en 2 de bach y pretendo entrar en medicina el año que viene. Hago un voluntariado de apoyo escolar con niños de barrios marginales todos los jueves, pero siempre he querido irme un verano entero. Y cuando lei La ciudad de la alegria (el libro), me enamore de calcuta. Todo esto te lo cuento porque me gustaria saber si podria ir el verano despues de 1 de medicina a calcuta, con las hermanas de la caridad (tendría 18 años). Como podria contactar con ellas? Muchas gracias,
    Emma

  3. Si no te importa, responde a esto para que me avisen con un gmail, gracias!

  4. Hola Emma! Gracias por tu comentario!
    Si quieres ser voluntaria en Calcuta es muy sencillo, sólo tienes que llegar a Calcuta y buscar alojamiento en Sudder Street, que es donde están todos los voluntarios. Una vez allí tienes que dirigirte a la mother house a inscribirte. Ellos te van a explicar cómo funciona, los horarios y a qué hogar prefieres asistir. Creo que sólo tienes que llevar tu pasaporte y muchas ganas! La experiencia te va a encantar, además estaba lleno de españoles!
    Mucha suerte!

  5. Genial, muchas gracias! Y mas o menos, cuanto me costaria en total irme dos meses(avion,alojamiento…)? Y hay alguna forma de contactar con ellas antes de llegar o es sobre la marcha?

  6. Ahí ya no puedo ayudarte. Yo volé desde Bangkok en IndiGo Airlines, pero fue hace 3 años, así que me imagino que tanto los precios de los vuelos como el de los alojamientos habrá cambiado. De todas formas la vida en la India es muuuuy barata, así que mucho no te vas a gastar.
    Me imagino que debe haber alguna forma de contactarlas, pero la desconozco. De todas formas haciendo los trámites sobre la marcha te va a ir bien. Lo único que tienes que sacar desde España es la Visa en la embajada India.

  7. […] empezando por: «Delhi, el caos», pasando por el Rajasthan, Bombay, Goa, Calcuta con La ciudad de la Alegría o algunas reflexiones como «Olor a India» o «Lo que aprendí en Calcuta», estos […]

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