Shanti y enfermedad en Palolem

9 am: salgo a la terraza. Alguno de los 4 cachorros del quiltro del lugar sigue durmiendo debajo de la silla, donde están secándose desde el día anterior los pareos y bikinis. Nuestras chalas se asoman por ahí perdiendo las esperanzas de que las usemos algún día (para qué hablar de las zapatillas que siguen en la mochila y no ven la luz hace semanas).
Bajo los dos escalones que me separan de la arena y veo a 10 metros el mar. Camino sin zapatos tres pasos y me siento al lado de Francisco, que ya pidió fruta, pan, huevos y cereales. La gente del hostal ya nos conoce y nos saludan cariñosamente.

Jugamos paletas, volleyball, tomamos sol o hacemos hora, ya que a las 11:45 son nuestras clases de yoga con Rhuben.

Caminamos por la playa 5 minutos y llegamos a un lugar al aire libre, aislado de ruidos, con sombra gracias a unas palmeras, pareos con shiva o flores y suelo tapizado de aislantes de paja para no llenarnos de arena. Un incienso prendido y un hombre flaquito de piel oscura nos da la bienvenida en la posición de flor de loto.

Las clases son increíbles, mucha paz, flexibilidad, fuerza y equilibrio. Son clases privadas porque queremos aprender a hacer acroyoga (que es en pareja), pero a veces se nos une el papá de Rhuben, un viejito que enseña a hacer masajes ayurvédicos. Estuvimos a punto de hacer este curso, pero finalmente decidimos sólo hacernos un masaje con él antes de irnos de Goa. Este señor hace los masajes hace más de 50 años. Entran mujeres y hombres a una carpa improvisada con telas o pañuelos coloridos, y salen con una sonrisa seguidos del viejo en calzoncillos. Es muy cómica la situación y a veces nos desconcentra mientras estamos en clases.

Terminamos las clases tipo 1:30 porque Rhuben nos cuenta cosas y nos enseña el significado de los mantras o cantos en sánscrito. Cada canto termina con la palabra Shanti, que significa PAZ.

Con energías renovadas vamos a almorzar y pasamos la tarde paseando o en la playa.
Palolem es una playa preciosa. Una bahía muy tranquila casi sin olas (a diferencia del norte). Está rodeada de palmeras y restaurantes que ofrecen alojamiento. Se ve gente leyendo libros, tocando guitarra o grupos de blancos y negros jugando cricket o futbol juntos. Algunos juegan freezbe o paletas y otros flotan en donuts en la mitad del mar. Tiene sólo una calle con tiendas de collares o anillos y gente muy tranquila y buena onda.
A las 10 se acaba todo y el silencio y la paz sólo se interrumpen por algún fuego artificial que tiran los turistas. Cada noche tenemos fuegos artificiales en toda la bahía y globos de fuego que desaparecen en las alturas.

Este es nuestro típico día en Palolem. Vivimos en la playa y no salimos de ella en ni un minuto del día, pero fue aquí donde sufrimos nuestra intoxicación. Publicaciones atrás les contaba que estábamos un poco enfermos, pero que no quería ser hipocondriaca. Después de muchos días y muchas insistencias de mi madre, fuimos al «hospital» de Canacona. Resulta que teníamos una infección en el intestino y tuvimos que tomar antibióticos, probióticos y pastillas para el dolor. Menos mal aquí el día es tranquilo y no tenemos que movernos mucho, porque pocos paseos podemos hacer en este estado.
Ya estamos mucho mejor, esperando recuperarnos rápido para partir a Calcuta (aunque con más días de playa no podemos quejarnos).
Los últimos días asistimos a la silent party en el «laughing budda hostal» y a la pool party en el carísimo hotel «the Lalit». Ambos eventos muy curiosos, pero increíbles. Hicimos un paseo a ver delfines y a la Butterfly beach, que no vale nada la pena.
Ya estamos en Calcutta, pero antes de escribir sobre nuestra experiencia aquí, tiene que pasar más tiempo, para estar totalmente impregnada de lo que significa el voluntariado.
Nuevamente insisto, India es un país de contrastes y nada se parece al lugar anterior.

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